Erase una vez una
ciudad llamada Silca, conocida en todo el reino como la ciudad de las flores,
bueno así era, hasta que un nefasto día
llegó a un lago cercano a la ciudad, un dragón que era muy poco acostumbrado a bañarse,
o sea, era terriblemente hediondo, tanto que le decían “Pptht” (léase como
sonido de peo). Debido a esto las flores se pusieron mustias y los animales
arrancaron a otra comarca, por lo que los niños ya no tenían leche y ya nadie podía
hacerse sándwich de queso, porque el queso sale de la leche y la leche sale de
las vacas y todas las vacas se habían ido, arrancándose del terrible olor de
Pptht.
El Rey de Silca,
preocupado por esta situación, mandó llamar a su chambelán y le dijo: “Estoy
muy preocupado por esta situación. Algo tenemos que hacer, porque hasta mi
esposa huele a Pptht”.
A lo que el chambelán
le respondió: “Parece que el pueblo ha estado discutiendo qué hacer con Pptht,
y han llegado a una resolución”.
“¡Ah, qué bien! –
dijo el Rey – Manda a llamar al Representante del Pueblo.”
Entonces el
Chambelán se acerco a la puerta y gritó: “¡Que venga el Representante del
Pueblo!”
Vino éste
corriendo, se inclinó ante el Rey, y dijo: “Su Majestad, ¡Usted huele a Pptht!
¿Qué necesita de mi?”
El Rey le contestó
enojado: “¡Claro que huelo a Pptht! ¡Tú también hueles a Pptht! ¡Y es que todo
el pueblo huele a Pptht! Por eso te he llamado. Me dice mi chambelán que en el
pueblo han tomado una resolución.”
“Así es”, dijo el
Representante del Pueblo, “Hemos decidido sacrificar a un habitante del pueblo
y dárselo a Pptht, para que se lo coma y ojalá se vaya. Para eso hemos hecho
una tómbola donde hemos puesto los nombres de todos en papelitos, de manera de
sortear la víctima de Pptht.”
Entonces el Rey
alzando sus manos respondió: “¡Qué gran idea! ¡Maravillosa idea! No se cómo no
se me ocurrió antes. Hay que condecorar al genio al que se le ocurrió. Y,
¿Quién salió sorteado?
El Representante
del Pueblo respondió: “Cuatropea Cunegunda, su hija”
“¡Pero qué estúpida
idea! – El Rey se apresuró en decir – ¡Cómo se les ocurre sortear la vida
humana! Deberían colgar a aquel tonto al que se le ocurrió tamaña idea. Hay que
pasar al plan B”
“Lo siento, su Majestad
– dijo el Representante del Pueblo – pero no hay un plan B, y el pueblo ha
decidido que si usted se niega, lo entregaremos a usted mismo a Pptht”.
El Rey respondió
rápidamente: “Tienes razón, mi hija tendrá que sacrificarse valientemente por
el bien de su pueblo…”
El Representante
del Pueblo dijo: “Muy bien, en cinco minutos vendremos a buscarla. Adiós.”
Una vez retirado el
Representante del Pueblo, el chambelán hizo una reverencia y se despidió. El
Rey se quedó solo y comenzó a lamentarse dolorosamente por su desgracia. (¡¡¡Oh!!!
Bueno…). Llamó a su hija, “¡Cuatropea Cunegunda! Ven acá.”
Cuatropea Cunegunda
vino corriendo, como buena hija, donde su padre. “¿Qué quieres, padre?”
Y él, confundido y
desesperado, sólo atinó a decir “¡¡Pptht!!” (con gestos de desesperación).
“¿Qué pasa padre –
dijo Cuatropea – te sientes muy mal? ¿Comiste algo malo? ¿Te preparo una agüita
de manzanilla?
El Rey, un poco
enojado, le contestó: “¡No, hija! Lo que quiero decir es que el pueblo ha
decidido por sorteo entregarte al dragón Pptht para que te coma y se vaya, y si
yo no lo permito… ocurrirá una desgracia.” (Mirando hacia otro lado como para
ocultar la mirada culpable).
Cuatropea,
entregada a su terrible destino, dijo: “Oh, padre, no llores por mi. Estoy
dispuesta a sacrificarme a Pptht, por el bien de mi pueblo.”
El Rey abrazó
cálidamente a su hija y le dijo: “Cuatropeita, hija, que valiente eres.
Quisiera ser como tú…” (Ella lo mira un poco confundida). En ese momento, entró
el Representante del Pueblo y dijo “Oh, bella Cuatropea Cunegunda, ha llegado
el momento de Pptht.” Y se la llevó del brazo. (Ella adopta pose trágica por el
resto de la obra).
El Rey se fue
llorando, diciendo “Oh, mi Cuatropea Cunegunda…”
b d
Iba el valiente
Jorge cabalgando por los prados mustios de Silca, preguntándose cual era la
causa de aquel terrible olor, cuando se encontró frente a la presencia de la
bella princesa, Cuatropea, amarrada a una roca, quien con dulces lamentos
lloraba su destino. Extrañado, se acercó, diciendo “Oh, tu, ella, la bella
doncella, ¿has comido queso rancio o algo?”
Ella, ofendida, le
dijo “¡No! Este terrible olor es causado por Pptht”.
Un poco sorprendido
por aquella respuesta, el Valiente Jorge dijo “No, si eso está claro. ¿Te
sientes muy mal del estomago, que lloras de esa manera?”
Cuatropea
Cunegunda, aun más ofendida, le contestó: “¡No, tonto! Pptht se llama el dragón
que tiene aterrorizado y hediondo a todo el pueblo, y a mi me han dejado aquí
amarrada con la esperanza de que, después de comerme, Pptht se vaya.”
Entristecido por el
trágico destino de Cuatropea, el Valiente Jorge le dijo: “Qué triste destino, para
tan bella doncella. ¿Por qué tu pueblo te trata tan mal?”
Cuatropea le
contesto tristemente: “¡Solo quiero morir para dejar de oler a Pptht!”
El Valiente Jorge
le dijo valientemente: “Entonces te dejo morir en paz”, y comenzó a irse. Pero,
pensándolo mejor, decidió ser aún más valiente; volvió donde Cuatropea, que lo
miraba con cara desconsolada y un poco incrédula, y le dijo: “O pensándolo
mejor… ¡Podría matar al dragón!”.
Y entonces el
Valiente Jorge desmontó su caballo y desató a Cuatropea Cunegunda. Entonces
ella se paro y le gritó: “¡Huye valientemente, gallardo caballero! ¡Huye
mientras puedas, o si no Pptht te hará pptht!”
Entonces el
Valiente Jorge desenvainó su espada justo cuando hizo su aparición el terrible monstruo
Pptht, entre terribles y feroces rugidos (¡¡¡PPTHT!!!).
Cuatropea, viendo
(o mejor dicho oliendo) al terrible dragón, dijo “¡Oh!, pobre caballero, que
pronto lo harán pptht”.
Jorge, después de
mostrar toda su habilidad con la espada, corrió hacia Pptht y lo mató. En ese
momento, Pptht dio su ultimo rugido (Ppththhh…), y ese rugido iba cargado de
toda la hedionda malicia del monstruo, por lo que el Valiente Jorge se desmayó
en los brazos de Cuatropea.
b d
Después de todo
eso, se hizo una gran fiesta para celebrar la gran hazaña del Valiente Jorge,
¡y estuvieron todos invitados!
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Escrito por Anibal Concha
Entonces el Chambelán se acerco a la puerta y gritó: “¡Que venga el Representante del Pueblo!”
ResponderEliminarQue hacer, la profundidad del guion es enternecedora.